Enroso a San José de Zapotlán el Grande
En una fresca mañana de octubre, me encontré inmerso en una de las tradiciones más significativas de Zapotlán el Grande: el enroso a San José. Llegué temprano a una parcela cerca de la laguna, donde se llevaría a cabo el corte de la flor de cempasúchil, justo cuando los primeros rayos de sol comenzaban a iluminar el paisaje.
Personas de todas las edades se reunieron en este lugar con un propósito común. Antes de iniciar la recolección, se llevó a cabo una ceremonia especial. Los participantes levantaron sus manos hacia los cuatro puntos cardinales mientras se hacía mención del fuego sagrado de Huehueteotl, de Tonanztin (la madre tierra) y del significado del cempasúchil como un puente hacia el Mictlán, el lugar de los muertos en la cosmovisión mexica.
Este ritual previo al corte de flores resalta la profunda conexión que existe entre esta tradición y las raíces prehispánicas de la región. El enroso a San José va más allá de una celebración católica; es una fusión de creencias y costumbres que han perdurado a través de los siglos.
A medida que la gente comenzó a cortar cuidadosamente las flores, pude ver familias completas, sonrisas cómplices, la alegría de los niños al participar; y me quedó claro que esta es la esencia de esta tradición: unidad, fe y gratitud.
Más tarde, al seguir a la comunidad hasta las casas donde se realiza el tejido de las flores, encontré decenas de personas autoorganizadas, llevando a cabo actividades coordinadas, dejando entrever cómo este evento fortalece los lazos entre vecinos y familiares. Entre risas y pláticas, las hábiles manos de los zapotlenses van dando forma a hermosos arreglos que serán ofrendados a San José en la catedral.
En cada etapa del enroso, desde el corte hasta el tejido, se percibe la devoción y el compromiso de un pueblo que mantiene vivas sus tradiciones. Esta celebración, nacida de un juramento hecho en 1749 tras un devastador sismo, se ha convertido en un símbolo de la identidad de Zapotlán el Grande.